1ra entrega: El fuego que todo lo consume
Era 1995, tenía 17 años y me preparaba para entrar a la universidad a estudiar arquitectura, realmente el mundo no había cambiado tanto desde que había nacido, a pesar de lo que yo pensaba en aquel momento en medio de mis pocos años de vida: no existían redes sociales que abarcaban todo de manera egoísta y totalitaria cómo una dictadura.
Habíamos llegado muy temprano con mi madre desde Bogotá a un lugar ubicado a 3 horas en carro, hacia el norte de la capital por la carretera nacional 55, desviando por la represa del Sisga al oriente; nuestro destino era un pueblo que conservaba todavía algo de un pasado colonial y republicano en su arquitectura y urbanismo, estas y otras condiciones lo hacía diferente para mi: Era lejano a mi mundo diario, que básicamente era el colegio en el que estudiaba en Cota y nuestra casa familiar en el barrio Normandía. Tibirita, en Cundinamarca, nos recibía esa mañana fría después de un viaje en que todos estábamos mudos y confundidos; al llegar 2 tipos de nubes anunciaban cosas diferentes: unas se dispersaban poco a poco permitiendo la entrada de un timido sol típico de esa hora; las otras eran grises, pesadas y tapaban precisamente el sol que débilmente se asomaba por entre las primeras: era el humo que salía de la casa republicana de mi abuela y que anunciaban el inevitable final de una época que había marcado parte de mi infancia: las navidades que en tiempos de vacaciones de final de año junto a mis padres, hermanos primos, tías y abuelos habíamos pasado en esa hermosa casa.
Apenas baje del campero que nos trajo, mi atención se fijó en una escena: Una de mis tías abrazaba a mi abuela que lloraba desconsoladamente, al verme llegar, en medio de su duelo y de su histeria, aquella tía me gritaba con ademanes de rabia que fuera hacia algún lado , que hiciera algo...al cometer el error de entrar a los restos de la casa encontré todo irreconocible entre cenizas, era como entrar al upside-down world de la serie Stranger Things: Oscuro inclusive en lo que quedaba del patio central lleno de muros de adobe derrumbados, madera calcinada y escombros, con miles de partículas de ceniza que flotaban tranquila y serenamente entre el caos; fue en este contraste que la agresividad del momento me despertó: una viga gigante (que tiempo después supe que era de eucalipto) se derrumbó encima de mi amenazando mi integridad pero milagrosamente y gracias a que reaccione en segundos la viga cayó al lado mío...tan milagroso como lo que mi madre me contó días después: lo único que quedó del voraz incendio fue una biblia que entre las cenizas quedó intacta y que hasta el día de hoy conserva en su alcoba.
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